lunes, 16 de febrero de 2009

Pablo Roya


Me abrieron la puerta, la cual golpeé por casi 20 minutos, y estuve a punto de escupirla e irme rajándolos el resto del día.
Vengo de parte de la vecina dije, - vecina rechinchosa, que no puede venir a hacer sus mandados, y yo a mis 16 años tengo que zurrarme con sus paquetes-. Felizmente me retribuyó con 0.30 buenos céntimos, que al final me servirían siquiera para comprar un hamilton al señor carero de la esquina , claro está, regateando y ayudándole de paso a arreglar los viejos periódicos que les sobran del día (¡pobre!, casado con una vieja fondonga que le gusta andar mirando el trasero a chibolos como yo).
Eso me consolaba. Llegué y me hicieron pasar a un salón pequeñito, algo estrecho, con una puerta hecha de vidrio, y una manijita diminuta. ¡Brrr! Parecía un congelador.
Me sentaron en un sillón amarillo inmenso, hasta que salió una señorita, esas de las que tienen su nariz respringada y castañita, toda pituca alzando la tacita, mugrosa y miserable, con su dedito medio torcido.
A solo dos metros frente a mí, se sentó cruzando la pierna de pollo que parecía una cañita.
Me detuve viendo sus zapatos larguísimos y puntiagudos; solo atiné a recordar las chancletas viejas de mi madre, y dije: ¡Minchiclas!. Ella mientras tanto preguntaba quien yo era, a lo que respondí: "Pablo Roya señorita, vengo de ehhh parte de mi vecina, la señora Valentina".
Ella recibió el paquete y me invitó una tacita de café super amargo, que pasé en un trago y casi casi lo vomito. Sacó, mientras lo abría, un cigarro con una cosa enorme y larga, que parecía un lapicero negrito, y desde entonces, el lugar pareció chimenea de pollería. Cuando vió el encargo, sonrió, de pronto se paró y me preguntó la edad. Le respondí: 16 señorita. Ella se levantó el vestido que traía, y se puso un calzoncito diminuto, que había sido enviado en el mandado.
No pude evitar recordar a mi primera novia, no pude evitar recordar cuando quise acostarme con ella y no pude, no se paro la cosita, ¡maldita cosita! que hasta ahora, le tengo un rencor que jamás jamás podré perdonarla!
¡Valentina de miércoles!, exclamé, mientras la señorita se sacaba completamente el vestido, quedándose unicamente con los zapatos estraflarios, dando una última pitada.
Se veía flaca, fea y sin nada de donde agarrar, cayó su cabello reseco y lleno de mechones que parecía choza de allá de la selva donde mi apá vivía . Me tiró 50 soles y me dijo: Haz tu trabajo, aprovecha y lárgate.
No lo pensé demasiado, tomé los 50 solcitos que servían para la comida de la semana, quise hacer lo que me pidió pero, ¡ la cosita otra vez no se paró!, ¡Bendito San Tadeo!, cosita hermosa, con eso te olvido todo rencor pasado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario