lunes, 7 de septiembre de 2009

El sueño de un principe azul




Y cuando ya estaba saliendo de todo ese lagar incoloro, cuando ya estaba curada de todo tipo de enfermedad mental, cuando ya podía ver el brillo del sol con alegría... Aprendí que ser ermitaña era lo mejor que me había pasado en este mundo, que solo la ayuda espiritual te enseña a equilibrar tus instintos, solo así dominas tus demonios.

Caminaba ya por fin, paso a paso, segura de mi vida, por lo menos, segura que existía - que para mí eso ya era más que suficiente. De pronto durante una tarde aburrida, como las que siempre me acompañan, me quedé dormida en un parque frondoso, y soñé, o quizás creí ver en lo profundo de mi transe un hombre a lo lejos, muy a lo lejos que me miraba con ternura, que sin decir palabra alguna sabía mi historia completa, cada caída, cada tropiezo; sin haberme llamado nunca por mi nombre, sabía relatar con gestos cada una de las situaciones más dificiles de mi existencia y con cada sonrisa trataba de sobrepasar a las lágrimas derramadas.
Pero no podía acercarse, nunca pudo hacerlo. Le prometí en aquella visión que algún día lo alcanzaría. Comencé a desearlo, a mirarlo con ansias, a quererlo - y hasta el querer me sonaba ya una mentira, porque sobrepasaba todo límite en sentimiento -. ¿Es así como debía martirizarme?¿como debía pagar mis culpas?.
Pensando y viviendo por un ser que no existía, que solo podía verlo cada noche, mirandome a lo lejos, conversando conmigo mentalmente, diciéndome noche a noche que no deje de visitarlo. ¿Cual es el límite del sentimiento? ¿Hasta dónde llega la razón?. Me enamoré lentamente sin darme cuenta, volví a pisar los mismos agujeros, volví a ser vulnerable y llorona como antes. Volví a sentir debilidad cada vez que recordaba su imagen, me sentí nuevamente viva después de mucho tiempo.

En cada encuentro le repetía angustiada ¿Cuando se acabará este sueño?¿Cuando dejaré de verte?¿Cuando es que empezará nuevamente mi muerte? Decidí enamorarme de un sueño, de una ilusión, una empalagosa ilusión que podía llegar a ser amarga. Decidí dejar sin límites al sentimiento, y saltar al abismo...

Las visitas cada vez se hicieron más furtivas, no había mucho que decir, pasábamos el tiempo juntos, compartiendo juegos o pensamientos. El me pedía que sea como él y yo, que sea un mortal. Ambos, en el fondo sabíamos que nunca se iba a dar. Hasta que un día, entré en la desesperación, la racionalidad comenzó a tocar la puerta, -Yo? Yo quería seguir en mi locura, encerrada en mi ilusión, encerrada en mi bubuja eterna.
Pero al final, siguiendo la ley de los finales tristes para una persona como yo, decidí no vivir más en el sueño, entró mi fase autodestructiva.

- Lo sé, no es ni siquiera necesario que lo pienses- sé que fue una locura, sé que no debí hacerlo. Lo sabía, pero más que el saber predominó en mi la necesidad de sentir lo que siempre quise revivir, lo que alguna vez algún mortal me dio. No sé si me enamoré del angel, o del hecho de sentir que amaba nuevamente, aun no sé si el sujeto era relevante... Aunque sinceramente, para consolarme prefiero sentir que no. Que me enamoré del sentimiento, que me enamoré de la ilusión, que me enamoré de la compañía, de sentir algo diferente, de saber en lo profundo que no estoy sola, que alguien me espera, que alguien me piensa.

Yo sabía que nunca se daría, no pude entrar nunca en la dimensión de las visiones, ni el nunca al plano mortal. Aunque si me hubiesen dado a escoger, hubiera dejado el cuerpo, hubiera devuelto el espíritu, hubiera dejado mi mundo hecho, solo por sentir que no estaba ni estaría nunca nuevamente sola.



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