domingo, 11 de julio de 2010

En coma


Ayer me visitó en sueños. No era la misma anciana dulce de siempre que solía hacerme huevos cocidos. No me acarició el rostro ni me dijo cuanto me amaba, pero así la quiero.

Recordé cuando me regaló un vestido escocés. La tomé de la mano y le dije que no me abandonara nunca. Le expliqué que es difícil encontrar a alguien que te quiera de verdad y que lo haga, tan profundamente, que pueda ser sincero y transparente. Le dije que ese amor sólo lo había encontrado en ella alguna vez y que los demás habían sido imitadores de poca trascendencia. Me aferré a su hombro y lloré mucho de la alegría.

Disfruté de su aroma, ese olor a talco infantil que solía usar. La amé. Fue la primera mujer a la que amé en mi vida y a la que amo en recuerdos, en mis noches frente al espejo de mis sueños. La seguí, porque no dejaría que huyera de mí nuevamente. La seguí  y no importaba dejar de existir si es que eso hubiese sido  necesario para estar un segundo más recostada en su pecho, gozando de su ternura. La seguí rapidamente y no me concentré en nada más que en el amor que le guardé todos estos años.

Caminamos por muchas calles y llegamos a una plazuela llena de buitres,bastante sólida. En la esquina había un paradero de buses y muchas personas embarcándose con notoria confusión. Ella subió y pude notar que sus zapatos no eran igual de brillantes y que tenía mordeduras en sus piernas. No pregunté por no ser atrevida, subí rápidamente, mientras buscaba ser aceptada entre mis acompañantes.

Me senté a su lado tomándola firmemente de la mano... detuve el tiempo mientras me enredaba entre sus ensortijados cabellos. Recordé cuando le hice una carta, la cual fue leída entre lágrimas y lamentos...

Bajé mirada y disfruté el ambiente tenso.



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