martes, 28 de diciembre de 2010

Miedo


En los momentos más intensos de ansiedad, ahí cuando ves al diablo asomarse por la ventana del delirio, quieres gritar tan fuerte hasta que puedas incinerar tu alma, tan fuerte que puedas dejar de existir y seguir el eco del destierro. Ahí, cuando tu alma se esconde tras las peñas de una fría y solitaria playa, cuando todo parece insulso y tiendes a la locura.

Así salió corriendo en medio de la noche, buscando dolor, buscando realismo. No sabía si estaba despierta o si seguía durmiendo. No le importaba el terror de esos ojos profundos, ni las manos gastadas del más fiero de los ladrones. Ya no había vida, - a veces no la hay-, decía.

Corría en medio de la neblina y se refugió miedosamente entre las faldas de una helada banca de concreto. Allí lloro todos sus recuerdos, preguntándose incisivamente la razón de su existencia. A pesar que su piel peleaba con la baja temperatura y sus pies temblaban recordando tan misteriosa vivencia. Nada tenía razón, nada tenía para ella importancia. - ¡Todo a la basura! – gritaba.
Lloró suspirando durante largas horas, que en su mente fueron años ganados a la apariencia normal de vida. Entre sus brazos armó una almohadilla que aguantaría sus reclamos sin que otros se los reprocharan. -¿Por qué?- a veces pensaba en voz alta, mientras los rayos de la luna la cubrían sin que lo notase.

Y las horas fueron momentos, y los momentos fueron años. Y sus vestidos ya no eran rojo carmesí, sino duros marrones de árbol seco. La banca se convirtió en su hogar, la luna en su vigilante eterno.

¿Cuál es el paso entre la razón y la locura? –Preguntaba sin precaución-... ¿Cuál es mi destino?- increpaba a los otros sin prudencia-. Amó la noche, amó ese eco; amó el silencio entre sus propios besos que gozaba darse tiernamente, mientras aceptaba sus atormentados cielos.

Y ante la insistencia, ella entregó su alma a quien venía mediando las tres de cada día. No tenía más en sí, no había más que guardar.

¡Es el diablo! – comentaban los vecinos-, ¡Es el diablo que viene a llevarse a tan pobre alma confundida! Solo él ansía quererla, sólo él tiene la caja de fuego para guardar sus crudos secretos de forma eterna.
Soy tan frágil como un wantán frito y tan triste como un pan de maíz. A veces me evaporo y huyo junto al humo de su cigarro, no lo niego, me gusta sentirlo. Estoy sola, tan sola como una uva magullada, y desde aquí veo a todas las frutas ser tomadas; pero me gusta estar así.

Soy un chizito caído de la mesa alegre. Me patean, mi pisan, me enchiclo. Aun voy en su zapatilla, conversando con mis amigos los coquitos, que me brindan un poco de su fe, pues quizá y me haga tan duro como un turrón de caramelo, tan fuerte, como para no ser querido.

Soy el huequito de la blusa de algodón, del que todos se avergüenzan y pocos enseñan sin guardar prudencia. A veces me cosen, pero nunca me crean. Crean, confianza… nunca en mí.