“Cada vez que intento cambiar, cambio, pero cambio corrompiéndome. Mi corazón ya se cansó de llorar la plena conciencia que ostenta de su maldad”
Pocas veces nos esforzamos por realizar o concretizar ciertas metas que nos proponemos a lo largo de nuestra existencia, las cuales siempre dependerán de la escala de valores que hayamos cultivado desde nuestra niñez. “Un yo y un ideal de lo que quiero ser”, esas son las ideas eje.
Algunos, querrán trabajar mucho para poder comprarse el carro del año, otros para tener una casa, otros desearán algún puesto importante de trabajo, otros hacer sentir orgullosos a sus padres; y otros tantos – como yo-, con metas más mediocres, facilistas y a plazo inmediato, curar defectos que se saben presentes.
El problema es cuando nos enfrentamos ante el estrés extremo - disponiendo de todas nuestras herramientas -, para llegar al fin planificado y... ¡llega lo nunca planteado! lo no esperado o quizás repetitivo: El fracaso.
¡Vil fantasma que se aparece en nuestros sueños! Nuestro carro termina siendo un volkswagen de segunda; nuestra casa, cuatro esteras en una invasión; defraudamos a nuestros padres y los que pensaban en la mejora, se hunden cada vez más en la inmundicia. Fracasamos, así de simple. Y es peor aun el sentimiento para aquellos que no han fracasado una vez, sino mil. Mil veces, mil caídas iguales o con una tragicidad que va haciéndose más dramática con el tiempo.
Oscilas entre aburrirte de seguirte trazando metas e ignorarlas todas, pataleando como niño ardiloso ensimismado en su alter ego; y entre intentar levantarte para seguir luchando.
Cuando decides lo segundo, eres fácil víctima del diablo del desgano, quien te acusa de ser un flojo, sencillamente un incapaz, justificas tus fracasos en tu estado físico, empiezas a creer que sólo eres diferente. Intentas engañarte que así como la gente tiene diabetes, otros cefáleas continuas u otros gastritis, tú también tienes una enfermedad sentimental, afectiva o psicológica, que puedes tratarla pero nunca curarla. Tratas de alejarte de la presión y el estrés, para entrar en la primera opción, el aburrirte de seguirte trazando metas.
Y es que no puede ser reprochable al ser humano desistir. El fracaso es como una espina que te encontraste en el camino y que duele, te desangra y no puede ser criticable el que dejes de caminar. Peor aún para los que no tienen una espina, sino dos, o mil; peor para los que ya no tienen pies o los que en el camino se olvidaron de sentirlos útiles.
¿Qué hacer?, me pregunto ¿Qué es lo menos peligroso?... La moral, la sociedad, los valores religiosos, y los sermones de temas ya trillados, señalarán que aunque el hombre se caiga mil veces, mil veces ha de levantarse. Pero, ¿Qué de cierto tiene todo eso?, ¿Cuán perjudicial puede ser la terquedad con nuestros sueños? ¿Cómo puede ejercer presión el estrés auto provocado para llegar a la meta idealizada?
Cuando fracasamos sentimos la necesidad de huir, la frustración como respuesta emocional mezcla en un bol la ira y la decepción; y nos hace anhelar convertirnos un día en “Alicia”, conversar con el conejo loco para hacer nuestra catarsis y que diga solo incoherencias sin ponernos mucha atención en lo que comentemos. Solo queremos desahogarnos, ser libres, llorar, llorar mucho aferrados al reloj sin tiempo o hacer un hoyo en la tierra y meter nuestra cabeza, mismo avestruz asustado.
He fracasado mil veces, y ante cada fracaso me siento peor. Siento que soy una perdedora. No sé si quizás es mejor dejar al defecto presente o convencerme que se trata de un defecto natural, y si de esa forma sufriría menos que yendo contracorriente. No sé, por otro lado, si eso significaría ser poco constante, ser mediocre o pesimista. Si dejara de seguir intentándolo, quizás sufriría menos, claro, solo me taparía los ojos, o tendería mi cama con las sábanas sucias. No sé si prefiera siempre taparme los ojos y vivir tranquilamente, a llorar cada vez por unas manchas que no puedo sacar o una miopía que no puedo curar; porque siento que estoy más cerca del colapso fracasando cada vez, a siendo "mala" de forma constante.
La visión propuesta, medianamente facilista, es la menos propensa al suicidio (por lo menos de forma inmediata). Somos humanos, fracasamos. Y si el fracaso solo se da por intentar cambiar algo, es preferible no intentar cambiarlo nunca, puede ser que así se tenga en algún momento suerte y funcionemos mejor sin la presión emocional. El problema de seguir esta línea de pensamiento (la primera opción ante la disyuntiva) es que cabe que dejes de intentar muchas cosas por miedo al fracaso, por miedo al límite sentimental del dolor ante la frustración. Dejar de plantearte metas y… un ser humano sin metas es un ser humano muerto en vida, lo que ocasionaría a largo plazo una depresión grave a severa, y se terminaría tendiendo al suicidio de cualquier forma.
¿Cuál es el mal menor? Creo que seguir intentándolo, seguir y seguir intentándolo porque lo contrario significaría dejar que la vida te lleve y no llevar a la vida. Porque implicaría que caigas en un mundo donde has perdido todo el control, donde no puedas ser capaz de verte ni en sueños, donde no idealices, un mundo en blanco y negro.
El fracaso existe, existirá siempre. La gente ha fracasado desde que ha existido. Desde que Dios botó a Adán del Edén hasta que Humala perdió las elecciones. Lo importante es saber, y no justificarnos, pero sí tenerlo presente que somos humanos, simples y miserables seres humanos, caracterizados por la tendencia al bien, pero también al mal - y sobretodo al fatalismo-. Erramos, somos masa corruptible, nos caemos porque andamos en dos pies; además, no seremos los únicos ni los últimos en fracasar. Si tenemos eso en claro, será un aliciente para sanar las úlceras del fracaso.
Evita la presión social, evita el mirarte desde afuera. Cúrate, véndate y reposa. Cada intento será diferente, cada intento será una experiencia nueva. No dejes de intentar, porque dejarías de vivir.
Hasta la tristeza debe ser disfrutable para nosotros.
La esperanza, la esperanza es lo último que se pierde, “Lucharemos hasta quemar el último cartucho” (Y caeremos por el tropiezo del caballo, ¡Ja!)